Y le has llamado error... Cuando en mis versos y prosas, en mis ensayos y narrativas es lo más completo que he conjugado. Cuando con solo recordar tu agitada respiración y tu voz repitiendo mi nombre una y otra vez, vuelca mi corazón a ritmos antes no imaginados.
Y si, quizás aciertes con la sentencia, quizás sea todo parte de un error, de un exacto error que precisó tiempo, sabiduría nula y muchas horas posteriores en rehabilitación. Un error cuyo mayor crimen capital fue el comienzo de un amor, que en su flujo inverso no tiene rumbo definido, sino más allá, hacía la nada. Error que clama por mi sensatez a cada segundo, a cada paso que doy, en cada voltear al cielo y ver las estrellas, y de forma automática traer a mi mente tu desnudez, sin duda la más bella.
De los errores, el mayor, sin duda, es la idea tuya de creer que solo soy un espectador, un aficionado detrás de la grada viviendo el circense espectáculo de mis desventuras, cual comedia vida, cual bufón de las palabras y verdugo de los actos. Soy más que eso, soy quien se eleva más fuerte que todos en tu costado, soy quien se magnifica como un inmortal cuando dices mi nombre, soy quien ha probado la eternidad cuando has correspondido mis besos y has mordido los labios míos una y otra vez en la total embriaguez de la pasión y el corazón... Soy quien encomendado a tu felicidad, dispuesto estoy de esperar hasta que el halo de luz que ilumine tu no ser, tu subconsciente, te quite la venda y abra tus sentimientos eternos... Soy quien se ha enamorado eternamente de ti, Mar.
Héctor Eduardo.
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