Considerando que estamos en silencio, acusaré de hablar escuchando el bullicio de cuando callas. Regocijo de mis placeres, es recordar la firmeza de tu vientre y secundarle con la dulzura de cuando te reencuentre, ya sea en este plano o bien el cielo, que ahora sé, es de donde vienes.
Dicen que está próxima su venida, y todo el mundo vive en expectativa de que se cumpla la profecía que nos profiera salvación. Yo sin embargo, solo tengo el sentimiento de vivir esperando por ti, la redención de mis pecados lleva tu palabra, la cura del mal que haya hecho, tiene el roce de tus mandatos, ven y bautízame con la venia de tu compañía. Virgen santa caída del cielo, eres como una aparición, esos ojazos y ese cuerpo... Te reconozco como reina mía.
El viajero predica de sus pasos, yo predico de tus besos, confieso amor a tus cabellos y sometimiento a tus deseos, docilidad total a tu palabra y lealtad profunda al enamoramiento que te profeso en mi pecho. Conjugado como el pastor de tu iglesia, voy recolectando tus recuerdos y poniéndoles tu nombre, hágase tu voluntad hoy y siempre, en la tierra y en tu cielo.
Y si el señor me reclama tanta idolatría, tendré que decirle "mírala, oh madre mía, cuánta belleza en una sola persona, es sin duda, símbolo de una Diosa", confesando ya absorto, hincado y a tu costado, rezando siempre me encontraré, invocando a tus labios. Conversando con la deidad de tu silueta, estaré feliz por adorarte toda la vida, te ofrendaré mi alma y mi cuerpo entero, a cambio del paraíso que me da vivir con tu amor y ser tu caballero.
Un amén para que tu llegada se cumpla, un amén para que me concedas el resto de mi vida al píe del atrio de tus ideas y de tus labios, un amén para que pronto regreses y un amén para que siempre en mi te quedes... He fundado una nueva religión cimentada en tu amor, de misa todos los días, en las horas que mi fe se centra en ti y con sus soportes con la forma del altar de tu corazón, Mar.
Héctor Eduardo.
"Hoy te confieso más que amor... Mi devoción."
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