Thursday, January 21, 2016

Mañana Roja

Anoche estuve conversando contigo, si, aunque resulte de alguna manera raro, bajo los influjos de tu elixir que me consagraste, al momento de besarme, aun tengo un poco de tu enervante, casi nada, pero lo suficiente para mantener algunos diálogos interesantes con tu ausente, que en automático se vuelve mi presente. Probablemente, si es que aun a estas fechas me lees (no te culparía de tu alejamiento y que ya también me hayas privado del placer de tu lectura ¿Quién quiere saber letanía tras letanía de un pobre indigente de las letras, que no tiene más que las ropas que lleva puestas y carece de sentido en su escritura?) pensarás que es un poco para dar miedo mi conducta, puede ser que si, que mi conducta asuste en un plano de la misteriosa aparición de tu persona frente a la soledad de estas cuatro paredes, solo para charlar conmigo y bebernos una taza de té, de ese que te gustaba tanto, en honor a una cinta holliwoodense que a su vez es en honor a una serie de libros que te han cautivado.

La charla no es tan profunda o dicharrachera, ya que es difícil, bastante difícil, conseguir palabras tuyas, y más sabiendo que vienes de mi propia imaginación ¿O no? (a estas alturas, cuesta trabajo distinguir entre lo cierto a lo incierto, algo así como cuando duermes y tienes semi consciencia de que en el sueño estás soñando, pfff, olvidaba que casi nunca sueñas, error en analogía), porque tu presencia, básicamente, se limita solo mirarme a los ojos, mientras yo hablo y hablo sin terminar mi guión de casanova intelectoide, y solo escrutas con tu mirada mis movimientos y yo te veo de reojo, mientras volteas a ver el reloj en la pared, como percatándote de que es tarde, o diría mejor, temprano, muy temprano, de madrugada, y eso te hace caer en la ansiedad de que podrías desaparecer de un momento a otro, sin dejar rastros, sin siquiera dejar la taza de donde bebes el té.

Me percato de tu ligera alteración y enciendo las velas de mi paciencia, para darle un poco de calma a tu ansiedad, te susurro tus propias palabras, esas que me dijiste aquella mañana cuando te alejaron de mi "calma, todo estará bien", y no era cierto, ambos sabíamos que todo estaba mal, cuando ambos sabíamos que se daba la sentencia final ya dictaminada para que los actuarios de este maquiavélico acto se distanciaran por completo, se fugaran a la nada, dejando solo la estela de sus pocos, pero vastos recuerdos, para recolectar, como migajas de un todo, que se convirtió en una nada. Al oirme, sonreiste, con un dejo genuino en tus labios, pero con la mirada perdida, pensando quizás en otros brazos, pensando quizás que nunca debimos distanciarnos, que jamás debiste transmutar del plano físico al astral para acudir a mi, a mis encuentros, a mis charlas con la taza de té como compañeros de conversaciones, que cada palabra que te platico, son sintomatologías de una condición llamada amor, que se está auto flagelando para así poder entrar en un estado de calma y resignación.

Entre las muchas cosas del monólogo mío y tus pocas palabras, éstas solo se limitaban a monosílabos, como tu hermoso "heey", cuando me hice el vivo en alguna broma o chiste de mal gusto, o auto alabarte (lo más hermoso del mundo es ver el arte por el arte, que el mismo arte se reconozca como una belleza pura por el simple hecho de ser bello, como tú) diciéndote "soy un amor" y yo complementando tu oración con tan absurdo comentario que siempre te hacía gracia o al menos tolerabas. Te platiqué de mis ensayos experimentales, aquellos que nunca te había dicho, de las puestas en escena en las que participé, de las tragedias que acompañaron un poco mi juventud, del conocimiento de teoremas absurdos de la vida y alguno que otra comedia que me fascina, así como de la lectura, esa de la que tanto te apasiona y que tanto divide opiniones. Discutimos sobre los vampiros, tu defendiendo tus hordas de vampiros con brillo (wtf) y yo con el argumento de la eternidad proferida por la Reina de los Condenados, un frente de no vivos cara a cara, épico escenario para un nuevo filme, épico escenario como el que ahora se presentaba en la conversación con tu no yo. Hablamos sobre el cambio en el clima, sobre tus altercados con papá, sobre cómo hacerle para que puedas mezclar tanta tarea de escuela con tu vida personal y darle calidad de vida a cada uno de tus papeles que te toca desempeñar, sobre la alquimia y su balance, sobre el canto de los grillos y las burbujas en los peces...

...Hablamos de nada, y a la vez callamos de todo, nos miramos, te abracé, te di un beso en la mejilla, sin propasarme, amor puro y neto, solo desee sentir el calor de tu aliento a mi lado, nada más, no te pedí que me regresaras el beso, solo quería, tenía la imperiosa necesidad de sentirme a tu lado, querido, acariciando tu cabello, ambos mirando la nada, pensando tú en tus silencios y yo pensando en tu visita. Me percaté de la hora, y vi que la mañana roja ya asomaba por el ventanal y te dije "anda sé que tienes que marcharte", me miraste, con tus ojos de luna, brillosos y al borde de enjugar una lágrima que resbalara por tu mejilla y empapara mi resignación. Esbozaste una ligera sonrisa, de paz y consuelo, confortando mi soledad que de nuevo me aprisiona, cada que sale el sol y te marchas sin yo saber si volverás para una nueva charla contigo, con tu otro yo, con la taza de té esperando por ti, mañana por la madrugada...


Héctor Eduardo.

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