Y sin embargo te pienso... ¿Cómo combinar la acción de vivirte, con la realidad de sentirte cuando tú apenas me recuerdas? Dios santo, tengo una reminiscencia en este momento, pensando en ti, pensando en los recuerdos que pudiéramos llegar a vivir!
Qué visión que tengo de ti, qué bella tu anatomía totalmente sin prenda alguna, desnuda ante mis ojos, y yo, seduciendo tus instintos, besándote centímetro a centímetro, por cada poro de tu piel, plantando la cabaña de mi vivir en tus pechos, calmando mi sed bebiendo de ellos, como manjar exquisito, como suculento pedúnculo que alimenta al colibrí. Me detuve en ti, a contemplarte, con tus mejillas rojas, manchadas de pudor y excitación, como la princesa de un hermoso cuento, con un amor muy muy lejano, pero nuestro, y en la alcoba se escribía el hermoso final, preparándonos para vivir una vida con amor, con mucho amor, felices por siempre tu y yo.
Te pudiera decir que la luna tiene la forma de tus ojos, y sus hoyuelos son los de tus mejillas, ahí me estacioné para hacerlas mis compañeras descubriendo sus misterios, y tu cintura siempre se colapsa en mis pensamientos, o que tus manos son coronadas por diez perlas del agua de mis adentros, pero todo eso es poco comparado con la veneración que te ofrendo, con el tributo que emana de mis pensamientos cuando te veo en el umbral de mis realidades, por las mañanas, y entonces vuelvo a desabrochar tu ropa interior, mientras tu me besas más y más enamorada...
Cierno el roce de las palmas de mis manos, apenas en contacto con el camino que lleva de los píes a tus tobillos, un largo recorrido que me pierde en tus caderas, un roce tibio que de lluvia de miel te humedece por completo, y escucho cómo escapa por tus labios la brisita del agitado clamor en tu suspirar... Cruzamos nuestros dedos, entrelazados por la pasión que nos ha conquistado, mientras nuestros alientos se combinan y yo muerdo las cerezas de tus labios. Me gesticulas una señal de aprobación, cuando ya colapso en la embriaguez del calor de tus adentros. Con un murmuro te grito cuanto me gustas y con un grito te susurro el amor que te bosquejo. Continuando con mi recorrido por tu cuello, doy de mordiscos al péndulo de tu oído, mientras mis manos, descontroladas exploran mucho más que el bronce de tus piernas, llevándote al cielo. Sin movernos de la alcoba te he dado un pasaje con destino al paraíso y yo siempre como tu fiel acompañante, como tu fiel vigía que surca el camino de tu intimidad hasta alcanzar el climax de tus instintos femeninos, fusionando nuestros cuerpos en un solo ser, sin parar de amarnos, sin parar de mirarnos, mientras me entrego a ti y tu te haces mi mujer.
La luna se ha enamorado de nosotros dos, suspira deseos de un amor como el que te doy, confiesa para sus adentros, el recelo de saberte tan venerada en alabanzas, pues está escrito que aunque ella esté molesta, jamas se ha enamorado como lo estoy de tus besos, de tus manos, de tu cuerpo, de tus cabellos, de tu acento y de tu aroma de jazmín, gardenias y rocío... Ya al amanecer en nuestra morada, me sorprendes con una mirada, con un susurro de cielo y el carmín de tus labios dando un poco de su color a mi mejilla desalineada. Me das los buenos días con tu sonrisa y te prometo que este es el principio de nuestro hermoso cuento de hadas...
Héctor Eduardo.
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