...Aun recuerdo aquella mañana cuando apareciste en mi vida, una mañana cálida, de invierno pero con sabor y aire de primavera. Voltee y te vi y de inmediato me gustaste, te me hiciste encantadoramente bella e insuperablemente hermosa y atractiva. No recuerdo cuántas veces habremos cruzado palabra, no recuerdo cuántas veces sonreímos sin sentido en tus comentarios auto superables o en mis juegos verbales, que terminan por ser hasta cierto punto, insufribles; lo que si estoy seguro, es que cada uno de mis segundos, que transcurrí contigo, fueron los que han detonado la dinamita de mis presentes, de extrañar tanto a un ser de luz que solo llegó de pasada y nunca volví a saber más de sus muecas, de sus sonrisas, de sus besos, de sus lágrimas y sus sonrisas.
El sabor de la sal se anidó en mis labios, cuando besé aquella lágrima tuya, fue una degustación de tristeza revuelta de resignación, como quien se deja llevar por la marea, pero en este caso, la marea fui yo, en mis brazos anidaste para que un pedazo de ti quedara cimentado en la perpetuidad de mis noches y en el escaso ayuno de mis amaneceres. Siempre te tengo en mis pensamientos, en mi respirar, en ese aire que raspa de solo saber que en algún punto de este cielo, no muy lejano, no muy distante, respiras parte del aire que yo respiro, que tu aliento roba un poco de mi oxígeno, como aquella nuestra vez, cuando con bocanadas de pasión, te robé, me apropié de tu alma a través del calor que brotaba del interior de tus labios, cuando inhale hasta el más mínimo resquicio de tu suspirar y lo convertí en mi despensa para sobrevivir en la época de mis miserias. El punto es que siempre estás por do quiera que veo, en derredor de mi periferia visual te encuentro, siempre presente, si veo el retrato ahí apareces, si veo el marco del ventanal, tu ojos surgen en el reflejo del vidrio, como los cristales que aprisionan tu mirada desde siempre y desde que te encontré... Si bebo algo con tibieza, me recuerda tu hermoso perfil degustando un desayuno para soportar el inclemente frío, si platico con alguien más, por azahares del destino, termina por tu nombre pronunciar, y total, que como una conjunción de hechos y sabias palabras, siempre estás en mi corazón, en cada segundo, en cada momento, en cada acción, en cada calma y en cada ausencia, siempre estás, tanto en mi pecho, como en mi razón.
He aprendido a vivir con este padecimiento crónico, he aprendido a co existir con su persistencia obsesiva de suprimir los latidos de mi corazón y revolucionarlos hasta el punto que siento que voy a estallar. Es tan claramente hermoso sentir el amor que siento por ti, es tan claramente ambigua la incertidumbre de saber si te vi o si solo yo te idealicé como una materialización de lo que tanto quise creer, como un compuesto emergente a los moldes de mis caricias y mis besos, que hasta he llegado a creer que he perdido la razón y que siempre fuiste la mejor y más fantástica obra de mi imaginación... Pero entonces veo tus rastros, tu evidencia, tus caracoles, tus ojos cuando nos tomamos aquel retrato, tus finas y hermosas manos, tu sensual cintura y tus bellas piernas, y recobro los sentidos, recobro el camino allanado y que me ha traído hasta estos acantilados de la locura, retomo mi vagabunda ruta de tu búsqueda y mi perdición, y sonrío con la mirada en el limbo del cielo, recordando con vehemencia que siempre fuiste, desde mucho antes de conocerte en el plano corporal, en el plano existencial y siempre serás, el amor de mi vida y la alquimia de mis suspiros.
Héctor.
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