Y cuando se quita sus lentes de botella, sus ojos son chiquititos, como un par de puntitos, como botoncitos que apenas se miran... Así te describieron, así te detallaron, como si yo no conociera el contorno tan hermoso de tus ojos, como si yo no hubiera perdido la razón ante tan bella y profunda mirada, como si no sucumbiera en los estragos de la agradable visión que recuerdo que profesaste, como si te tuviera aun en mi, como si me encontrara aun en ti...
Te quisieron pintar en mi mente, como si fueras acuarela, como si el borde que define tus formas fuera en pleno desconocimiento del mapa que guía cada cuadrante de tu cara, es tan arcaico creer que no te tengo grabada en el corazón, casi tan obsceno como considerar que a tan solo cuatro meses desde nuestra noche, yo hubiera perdido cada detalle de ti, cada rincón de tu intimidad, cada surco de tu anatomía, cada sazón de tu humedad.
Y es tan implícito que te ame tanto, aun en este tiempo fuera, que llevamos guardado, que el mismo amor que se eleva al cielo y genera llovizna en mi corazón, ha germinado en un jardín de girasoles de tu cabello, vistiendo tu cuerpo de mis caricias, y pintando retratos de tu pelo enramado en las rosas de la pasión que por ti siento en aumento, creyendo en tu regreso, labrando la epifanía que describe tu nombre y se embelesa en mis recuerdos que dibujan tu cara, que dibujan tus ojos, que aun brillan sin tus anteojos de botella, que me hacen recordar tu mar, que me hacen recordarte tanto Mar... Y me vuelvo marinero de tu costa y te conviertes en faro de mi proa, con aguas tranquilas, con futuros entrelazados, sin nosotros, con los dos, presentes en nuestras ausencias, pero siempre considerando a tus ojos, como la antesala y la puerta de mi amor.
Héctor.
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