Si se puede, me quejaré de este dolor de espalda en este escrito; lleva ahí atorado, como pinchando la columna desde hace algunas semanas, creo que es el artero resultado de tanto tensar al espíritu para que no abandone mi cuerpo y se vaya al vacío, buscando un rastro de ti, buscando ver la posibilidad de al menos una vez más dibujar tu cara, y volver a saborear tus jugosos labios, besar tus exquisitos labios que fueron el vino que embriagó por siempre toda mi vida.
Bésame mucho, ese es el grito de mi cuerpo, que pide a feroces alaridos una dosis de tus besos, unas gotas de la miel de tus labios, que le calmen este dolor que no le permite moverse por completo. Si, bésame mucho, bésame tanto que nuestros labios se partan de tan encumbrada batalla, de tan titánico duelo de pasión y lujuria, de carne y deseo, de amor y sentimiento. Bésame más, como aquella vez, no, no como aquella vez, mucho más aun, bésame hasta que el cielo se caiga a pedazos, como cuando la luna asoma su nariz en el tintineo de las estrellas, en la curva de su menguante, que es igualito a tu perfil, a tus estrellas que estelan tus iluminados y bien formados ojos... Bésame, cual si fuera una taza de café o un poco de té.
Un beso como aquellos, curan cualquier padecimiento, un beso de sabor chocolate, con retoques de tu sazón, es el fomento que alivia la hinchazón de mi corazón; un beso en ayunas, o después de la merienda, entre comidas y sin beber, y con solo tus labios para probar, es ese, el exquisito manjar, como uvas que pienso aderezar, como recuerdos que pienso siempre recordar, como la esperanza de volverte a besar, que pienso en mis manos, en mis labios y en mi ilusión siempre recordar... Bésame en cielo con lluvia, bésame en aquellos lejanos años, bésame como nadie me ha besado, y te beso Mar, como nunca a nadie besaré, aun sin tus besos en mi costado... Así te amo!
Héctor.
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