Sin las prisas del tiempo, sin las urgencias de terminar lo que apenas comienzo a recitarte, con la manecilla del reloj presionando mi columna, con la necesidad de llegar al final del camino y saberte que alguna vez fue lo que nunca... He llegado a la conclusión de que me gusta este tipo de vida, este ambiente, esta gente, donde todo es tranquilidad, el aire sopla fresco y agradable, los loros recitan una prosa rítmica desde su mango y los mininos ronronean por el amor recién culminado... Y entre todo esto, me encuentro con la consigna de saber que te tuve como algo efímero, que fui, y soy, totalmente tuyo, desde cada molécula y cada átomo de mi ser, que cada gota de sudor, que cada cuerda vocal o gesto que haga, ha sido inspirado en ti y para ti... mi mar, ya ni en fotos te puedo imaginar, como una marca en la arena, justo al borde de las olas, que se llevan todo lo que ha sucedido y solo queda un viejo vestigio de que alguna vez pudiste estar.
Aun recuerdo cuando te conocí, aun recuerdo la vez primera que te vi, saliendo de esa habitación, sonriendo por haber conseguido quedarte, y mas aun, cuando me hablaste por primera vez, cuando cruzamos mirada e intercambiamos sonrisas; verte aparecer cada mañana era mágico, era romper cualquier monótona idea del día, era quebrantar mis tranquilos momentos a cambio del estridente y carnavalesco andar de tus momentos, canjear la estabilidad al vertiginoso ruido de tus vocales, y resoplarte una palabra en secreto, como un susurro en medio del océano, como un barullo en medio de la planicie, para conseguir de cambio para el resto del día, una sonrisa tuya, un momento juntos, aunque solo fuese una efímera cercanía.
Héctor Eduardo
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