Siempre las ganas de escribirle a la dicha y a la abundancia emergen desde la profundidad de tu recuerdo, de tu sonrisa. En mi felicidad tenía contemplada a una linda mujer, de buenos sentimientos, de frondosa cabellera, con un tono peculiar al pronunciar mi nombre, y que sus manos, finas como de porcelana, rozaran las mías a voluntad y por instinto, como una reacción sistemática al cariño y amor que nos profesemos.
En mi felicidad, no existe el antes ni el después, todo en balance con el presente perfecto, el presente eterno de aquellas frías mañanas de invierno, de aquellas sonrisas de complicidad, atrapada tú en mi, para siempre, conmigo y sin ti, estando en el edredón que me arropa en este verano que quema las angustias y las convierte en anhelo, en recuerdo. Aquellas discusiones estériles y solo con el sentido de darle sentido al sin sentido que era disfrutar tus pequeños enfados, tus pequeños berrinches que culminabas con un soliloquio digno de Otello, Macbeth o Hamlet... Complicidad absoluta y para siempre, para nunca y para mi, en veces para ti.
En mi felicidad no abundan tus ausencias, pues hasta el último de los besos que te repartí, no tienen ni la mitad de la suma del valor de los que me obsequiaste, pues basta recordar lo terso de tu piel, tu aroma de mujer, tu néctar exquisito que me embriaga aun, casi tres años después, con raciones de aquella habitación y deseos de que vuelva el calendario a la noche de aquel martes de diciembre caído en día veintidós, para agregar a la receta un poco más y que nuestra sazón sea el húmedo de nuestro paladar...
En mi felicidad moran muchas utopías, algunas realidades y pocas fantasías; es como un arte, el arte de pensar mucho, hablar demasiado y resolver poco, es la constante de lo inconstante, de suspirar en plena madrugada por tus recuerdos, erizando mi piel y condenando mi sosiego, y la culminante razón de no olvidarte, aunque lo quiera y/o lo implore, para después recordarte, y de manera fulminante saber que lo importante en mi felicidad, es no dejar de amarte... ¿Qué es tu felicidad?
Héctor Eduardo.
Wednesday, July 25, 2018
Friday, July 13, 2018
Efímera Cercanía.
Sin las prisas del tiempo, sin las urgencias de terminar lo que apenas comienzo a recitarte, con la manecilla del reloj presionando mi columna, con la necesidad de llegar al final del camino y saberte que alguna vez fue lo que nunca... He llegado a la conclusión de que me gusta este tipo de vida, este ambiente, esta gente, donde todo es tranquilidad, el aire sopla fresco y agradable, los loros recitan una prosa rítmica desde su mango y los mininos ronronean por el amor recién culminado... Y entre todo esto, me encuentro con la consigna de saber que te tuve como algo efímero, que fui, y soy, totalmente tuyo, desde cada molécula y cada átomo de mi ser, que cada gota de sudor, que cada cuerda vocal o gesto que haga, ha sido inspirado en ti y para ti... mi mar, ya ni en fotos te puedo imaginar, como una marca en la arena, justo al borde de las olas, que se llevan todo lo que ha sucedido y solo queda un viejo vestigio de que alguna vez pudiste estar.
Aun recuerdo cuando te conocí, aun recuerdo la vez primera que te vi, saliendo de esa habitación, sonriendo por haber conseguido quedarte, y mas aun, cuando me hablaste por primera vez, cuando cruzamos mirada e intercambiamos sonrisas; verte aparecer cada mañana era mágico, era romper cualquier monótona idea del día, era quebrantar mis tranquilos momentos a cambio del estridente y carnavalesco andar de tus momentos, canjear la estabilidad al vertiginoso ruido de tus vocales, y resoplarte una palabra en secreto, como un susurro en medio del océano, como un barullo en medio de la planicie, para conseguir de cambio para el resto del día, una sonrisa tuya, un momento juntos, aunque solo fuese una efímera cercanía.
Héctor Eduardo
Aun recuerdo cuando te conocí, aun recuerdo la vez primera que te vi, saliendo de esa habitación, sonriendo por haber conseguido quedarte, y mas aun, cuando me hablaste por primera vez, cuando cruzamos mirada e intercambiamos sonrisas; verte aparecer cada mañana era mágico, era romper cualquier monótona idea del día, era quebrantar mis tranquilos momentos a cambio del estridente y carnavalesco andar de tus momentos, canjear la estabilidad al vertiginoso ruido de tus vocales, y resoplarte una palabra en secreto, como un susurro en medio del océano, como un barullo en medio de la planicie, para conseguir de cambio para el resto del día, una sonrisa tuya, un momento juntos, aunque solo fuese una efímera cercanía.
Héctor Eduardo
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