Pasan las lunas, pasan los otoños en pleno verano; el Jardín de los helechos en el patio se ha entelarañado, extraña no haberte conocido para poder extrañarte, tan frondosa y clárida, a ella a ti, las dos como una sola, como una fotosíntesis en la mañana fija, con la luz solar brillando como una luna opaca.
Las esporas de las llanuras marchitan al ciruelo que no quiere dar mas de su fruto, solo su savia estéril que no provoca más que nostalgias y alguna que otra irritación; el cielo no compadece al ciruelo, el cielo no cesa su calor inmenso en las faldas del viejo y vetusto árbol, como oda de tu historia, como leyenda que cuenta el mito de tus realidades, de tus lejanas travesías por los parajes de mis labios, por las sendas de tus pechos... Como una Venus, como una Andromeda!
Visto lo que calza mi madriguera, rebusco un libro que instruya mi vida hueca, y socavo al tiempo, al reloj, que es un puño seco, que para bien o para mal, ya es muy tarde para alcanzar la mañana de tus atardeceres... Infinita en mis pensamientos, huyendo de ti y de mis líneas, de ti por medio de una poesía, de mi, por medio de una tarde que invento alguna excusa para no sentarme y para solo escribir en mi mente, sin pulsar las letras en el monitor.
Y el ciruelo se deshoja, el ciruelo tiene manchas de debilidad, de triste dolor y de vivir en una noche que no tiene final. El ciruelo se ha cubierto de un manto de ti, con su corazón tirado en ese rincón, pero negándose a morir, esperando su riego y las palabras de aliento, conservando el lugar en donde te pueda encontrar, con su soledad y tu cercanía, con su eterna tiniebla y tu luminosa existencia.
Y no te preocupes mi Ciruelo, como me dijo ella alguna vez... Todo estará bien.
Héctor.
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