Tuesday, November 09, 2004

No Cierres la Ventana

Un muchacho cualquiera se sienta en cualquier asiento rojo al lado de la ventana, el autobús es de cualquier ruta de una ciudad cualquiera, solo viaja a su casa. Como acción mnemónica no piensa en la importancia de ir a casa, lo único trascendental es el viento que le llena la cara, la ventanilla abierta le permite saborear olores capturados por su inquieta mirada. Imágenes que han pasado en tantas otras idas y venidas, de su casa a la escuela y de la escuela a su casa, algún esporádico viaje de su casa o a la de un amigo, pero nada en especial.

Dentro del autobús no hay nada, ha simple vista todo lo ha visto en anteriores viajes, en otras idas cualquiera. El chofer, intentando no ser alcanzado por el tedio ni por su compañero de ruta que le sigue cual muerte sobre el moribundo. Alguna señora con bolsas del mercado, se le ha hecho tarde de sus diligencias, no cesa de apresurar al conductor, si pudiera manejaría, por lo pronto esas bolsas con alimentos son su custodia, lo importante del viaje.

Un señor de traje, por su apariencia y el periódico bajo el brazo demuestra tener por oficio la consigna de encontrar alguno, no es muy estudiado o está desesperado, los anuncios clasificados son separados por la esperanza de un plumón naranja, ''se solicita guardia, encargado de limpieza, trabajo de velador, etcétera''. Son los anuncios que se hayan tachados. Hoy no parece haya tenido suerte, su cara no le ayuda, curtida por el sol y demacrada por alguna droga. Se nota que donde está la pregunta de ''¿Desde cuándo se puede presentar a trabajar?'' hay un inmediato "de inmediato" por respuesta en sus solicitudes de empleo. Los tatuajes escondidos en la mangas nos remiten a su historia de pandillero... Acaba de subir un tipo, - a este ya lo he visto -, se puede pensar, es otro más con una historia trágica de la cuál no ha podido salir, solo la humanitaria moneda de los pasajeros lo ha sostenido durante casi un par de años. Las monedas, Dios nunca las ha pagado, como él sentencia cada vez que recibe en sus manos el metal. Su historia: un accidente de trabajo, una huelga la cuál sigue en pie, un hijo enfermo, un familiar perdido... casi nunca la verdad. Se baja después que una secretaria de banco lo detiene para darle unas monedas, ella regresa de comer, su uniforme la delata, además en la mano inquieta lleva un vaso con olor a frutas. Lo marcado de sus pantorrillas demuestra su preocupación por la figura y en la cara, la melancolía de sus ojos, la tristeza de no ser apreciada sin vestiduras, solo el morboso palabreo del algún gerente obeso, un estúpido ejecutivo mediocre o un compañero idiota. A un lado de la mujer, de la muchacha, un niño con la mirada perdida y capturada en un juego de video, con el afán de salir de la pantalla. El capturado es él y su única escapatoria viene en oportunidades de tres en tres y la dificultad del entretenimiento aumenta con los frenones y arrancones del camión.

De pronto un tipo ha parado el viaje, dialoga un poco con el chofer, sube apresurado, camina y ve a todos lados. Por el pasillo busca algo, ve la cara de todo mundo tratando de reconocer una cara, suelta un suspiro resignado y mueve la cabeza negando una pregunta mental, sus ojos se llenan de lágrimas hipócritas, no caerán. Dirige la fuerza de su mirada sobre el muchacho, le sonríe un poco, levanta el brazo y con el dedo índice como espada le señala la ventana -Sigue mirando por la ventana- imperantemente le dice, - todo aquí ya lo has visto, pon tus ojos en las cosas fuera de la ventana... No alcanza a empezar otra palabra, el autobús avanza, se baja y de dos saltos ágiles se sube a otro camión y busca con la misma actitud y energía. Nadie lo tomó en cuenta, solo el muchacho. Pero no es así, una muchacha ve por la ventana al tipo en el otro camión, voltea, ve al muchacho y no mueve una pestaña, solo lo ve. Él se quita los cabellos que con la brisa se amontonan en su rostro, los intenta mover de nuevo, pero el viento no cesa en la batalla, cierra la ventana.

Ella va adelante de él en dos asientos, no la había visto, subió cuando el tipo contaba su trágica historia, justo cuando él decidió que afuera de la ventana era más entretenido, ver la calle. Ahora la atención se centraba en ella, cabello oscuro y brilloso, un abismo que atrae las yemas de sus dedos, su piel blanca. El contraste es marcado y hacía lucir sus ojos como una fotografía cuidada con maestría de artista -es Bella, es hermosa- piensa el muchacho. Cree en la posibilidad de acercarse y tratar de hablar con ella, quizás se apene un poco, pero le dirá su nombre y nunca será olvidado. Mañana la verá otra vez y poco a poco sabrá dónde vive y qué hace, va ha ser su novia piensa y en voz baja dice para sí mismo, como si el viento se encargara de hacer que ella oiga.

-Voy a hablarle- dice y no se anima a levantarse, está aplomado en el asiento, voltea a verla, alcanza a ver su perfil y el deseo de verle de frente se crece, se arrecia, pero el asiento lo toma con fuerza.-Quizás me tome por un loco, tal vez no diga su nombre- su cabeza se le llenaba de esas ideas y otros temores, pero igual no se movía del asiento. Agachó la cabeza y cuenta hasta diez antes de animarse a levantarse. Antes de ocho ya se ha levantado, se sienta a su lado y le sonríe un poco, le dice su nombre y ella el propio. Platican un poco de los asuntos que se platican la primera vez, edad, dónde vives, estudias, trabajas, en fin eso que se dice la primera vez. Ella le da un papel con su número telefónico que le guarda con prisa en su libreta.

Se detiene el camión y ella baja, camino a casa, él se suma a los deseos de la señora, apresurar al chofer. Llega a su casa y procura que la hora sea la adecuada, llama a las seis y media de la tarde. Ella le contesta y reconoce la voz, lo saluda con la naturalidad de quien saluda a un amigo de años, de toda la vida. Él no se anima a invitarla a salir, no se ven mas, solo suena el teléfono después de las seis y media en casa de ella durante un mes. Ella propone cita y salen, se están divirtiendo yendo al cine, a comer y platican de sus metas, de sus manías, de sus aficiones, esas cosas que no se platican la primera vez y se dejan para las segundas y terceras veces. Con eso el se ha convencido de estar enamorado, le propone un noviazgo después de ya cinco salidas, hay cariño y son pareja. Él va por ella a la escuela y se van juntos a casa. No le importa cerrar la ventana, pues a ella le molesta el aire, de todas maneras no importa lo que hay afuera, ella es lo mejor en el camino a casa. La deja y le informa por teléfono cuando él llega a su casa.

Los años pasan y el camino a casa lo transitan en auto propio. Sus preocupaciones escolares se transforman en tareas laborales, el maquillaje de niña da el paso a un arreglo más formal con ritmo de profesión. Ya hay muchos inviernos cálidos en sus historia de pareja: navidades, noches buenas, febreros y veranos. Ya no son dos, las bocas que se alimentan son tres, hay más pasión en la mesa y comida en la cama. En el patio hay un perro y varios viajes al pediatra. En las noches lo que se dice amor es solo cariño cuando ellos deciden sentirse. Él se traga lo celos de padre y deja con mas preocupaciones que con alegría que sus hijas se vayan de casa.

Y se quedó la casa sola, dos figuras ancianas se pretenden y se cuidan, se ve por la ventana. Él ve el rostro donde el antiguo contraste del cabello negro ahora se funde en plateado y le duele cubrirlo de tierra mojada, verla a través de la ventana del ataúd. Suelta un grito desesperado, el desconsuelo invade su pecho y despierta -¡Diez!, grita y el camión da el frenón. Voltea a todos lados y la chiquilla ya no, no está en la unidad, se ha ido. La señora apresura al chofer para que avance, la muchacha del banco ve al chico con asombro, están ellos y él, nadie mas. El Autobús ya se ha movido una cuadra después del grito, el muchacho abre la ventana y ve en el exterior un atardecer y nada, no se ve otra cosa, no está ella, nunca más estará. Se baja del autobús y camina un poco desconcertado, ve el número del camión y lo anota, lo guarda en su cuaderno. Da pasos desconsolados y con un peso, el de las manos que le hace arrastrar los pies.

Ya han pasado los años, ya no es un muchacho, varias bocas han pasado por su sonrisa y su seriedad. La mirada sigue un poco inquieta y de vez en cuando sube al autobús, camina con el pasillo, ve las caras de los pasajeros, se sienta a un lado de la ventana, la abre y voltea al interior del camión. Ve al chofer apresurado, los años no lo hacen mas lento, ni a él, ni a la muerte que ahora lo persigue. Al tipo del periódico no lo ha vuelto a ver, quizás encontró trabajo o cambió de oficio. La señora de las bolsas ha muerto, se lo dijo la secretaria del banco una vez que él veía su cuerpo desnudo y acariciaba la firmeza de sus pantorrillas, ahora la ex secretaria de banco se dibuja una sonrisa en sus ojos cada que se ven a solas. A veces él por lo general, ve a algún muchacho con la ventana cerrada-Ábrela, no hay nada en le camión que no hayas visto...Pero si lo vez no cuentes para ver de frente- le dice. Se acuerda de aquel viaje cualquiera, en el camión que recuerda, con las personas que no olvida, se ve a si mismo sentado en la ventana, ve la imagen de la chica viéndolo de frente, el contraste de la piel y el cabello.-Y el mejor recuerdo que tengo de ti, es nunca haberte conocido.

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