A veces quisiera saber si me lees o tienes algún recuerdo mío guardado en alguno de tus abrigos, en el aroma y fragancia de nuestra bufanda o en las quimeras de recuerdos extraviados en el pasto de aquellas planicies... Luego caigo en cuenta que no fui nada para ti, solo el trago amargo de un vaso de licor, un altar de ingenuidad confeccionado a la medida de mis aspiraciones... Y entonces me resigno y sigo la marcha diaria, el duro y encallado caminar de mis días, en felicidad relativa, pero con la sensación de que dejé algo perdido, algo que no pude cerrar y del cual siento que aún respiro.
Héctor Eduardo
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