Es cuarto para las once de la noche... Como verás no tengo mucho que hacer, podría elejir entre dormir, ver una película o estar aquí pensándote, y me quedé con esta última... Te escribo porque mis dedos corren y recorren sin detenerse un sólo instante a pensar qué tanto dicen; recorren recordando como rozaba tu tersa y humeda piel, !ah tan lejano!, cuando tocarte era encontrar cielo en un par de miradas; era la afinación de mi desvencijada guitarra que ya no suena igual, y porque además el viejo mango, donde tantas tardes con mis desaparecidos loros, ya no está aquí, como tampoco lo estás.
Recuerdo cuando te encontré, por un Octubre maravilloso, como este, de Lunas distintas, bien dicen que las Lunas de Octubre son tan hermosas, y hermosa como Luna estabas allí, con tu piel pálida y blanquita, blanquita de puro amor. Te vi y me levanté de mi adormilada vida, descubrí más colores a mi grisacea existencia y llenaste de alegría tantos atardeceres, tantos amaneceres.
Fue magia y vida, luz y sonrisas. La magia que provocas, la magia que ya no está a mi lado. Solo atino a asomarme a la ventana, y mi vida está a tu lado, veo las estrellas claras, y a través de ellas, me doy cuenta que esa magia sigue existiendo, que a la distancia, allá lejos donde estés, seguirá emanando esa luz que solamente fuiste capaz de dar, porque si la vida nos ha puesto en lados distantes, debemos de sonreir, porque sabemos que lo nuestro es un triunfo, que fuimos los más felices, y en otros presentes, en otros paralelos, tú y yo aun nos amamos como ayer, como hoy y como mañana. Porque cuando fue tan grande el amor; la vida misma no es capaz de olvidar y de cerrar historias tan hermosas, tan auténticas... como la nuestra.
Héctor Eduardo
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