Thursday, December 20, 2018

El Orden Natural de las Cosas.

Es irreverente el destino; cómo la vida nos puede sorprender de pronto, trayendo personas a nuestro camino, personas que en el orden natural y exacto de las cosas, jamás debieron tocar nuestra puerta. Que llegaron para quedarse, aunque al mes de haberlas conocido, estas hayan partido. En el sentido estricto de la palabra, pudiera ser casualidad, pudiera ser una posibilidad en millones de que ocurriese el encuentro, el momento perfecto y exacto que marcaría nuestros caminos, pero no fue así, sino una causalidad.

¿Cómo es posible que la haya encontrado y la haya perdido? Lo más cuerdo hubiera podido ser no haberla conocido, pero sabía que tarde que temprano pasaría, solo que la torpeza de... Demonios, solo escribo  por escribir, en realidad soñé con ella, soñé contigo Mar, como cada noche desde hace ya tres años, viniste de nuevo a mi mesa a cenar, degustamos un platillo de crepas saladas, que nunca antes había probado y nunca más probé desde aquella vez que me conminaste.

Tres años; un veintidós de diciembre del año dos mil quince. Han transcurrido mil noventa y cinco días desde entonces, tantos días, horas, minutos, así como segundos en los que te he echado de menos, pero en esta última curva de mi existir es cuando más te he padecido, cuando más pienso en el destino y en mis actos, "qué no debí hacer, qué hice bien, pero no fue suficiente, qué hice de más, y qué pudiera haber hecho" para que te enamoraras de mi... Ya con el transcurrir de los años, a través del tiempo, comienzo a perder la fe, empieza a recorrerme un escalofrío que me perturba, que me inquieta, que me llena de desasosiego, esa sensación de que todo lo que escribí cuando recién comenzaba a escribirte, toda esa seguridad de que "algún día nos encontraremos" "sé que te volveré a ver y me volverás a ver", toda esa parvada de dimes, no era más que un espejismo y la realidad, llana e inocua, es que fuimos como dos cometas que en su momento nos cruzamos, nos amamos, y nos fuimos, con una anemia de más besos y con una fiebre que nos hizo perdernos para siempre en medio de las alucinaciones causadas por la embriaguez que nos cegó.

Me resisto a creerlo y me doy cuenta que detrás de este teclado y de estas líneas no llegaré a ti, debo de hacer cosas distintas y eso haré, si no, oficialmente te habré perdido para siempre, regresando todo al orden natural de las cosas...

Héctor Eduardo.